6/3/2024
En el mundo de la consultoría tecnológica, la primera pregunta que se tiene que hacer una empresa (y, por extensión, los consultores que trabajan en ella) es la referente al valor que le aporta al cliente. Venimos de una época en la que los resultados económicos mandan, y esto provoca que en ocasiones se olvide la clave del éxito de la consultoría: dar a los clientes el servicio que ellos ni quieren ni pueden hacer, por no estar orientado a su foco de negocio.
El cliente es quien mejor conoce el contexto en el que se desarrolla su mercado, los detalles de su operativa y las características específicas de su negocio. Pero trasladar ese conocimiento a la tecnología es la tarea en la que una empresa de consultoría puede aportar valor. ¡Ojo! Hablamos de aportar valor, no de hacer un trabajo técnico y punto. Es en este punto de la cadena de servicio en el que el consultor ha de ser un experto.
Para adquirir ese nivel de “expertise”, el consultor debe aunar el conocimiento funcional con el conocimiento técnico. Siendo realistas, es muy complicado que un consultor vaya a alcanzar (al menos a corto y medio plazo) el conocimiento del negocio que tiene el cliente, o el conocimiento técnico que posee un experto en un lenguaje de programación o en una plataforma tecnológica de un “vendor” o proveedor externo. Pero debe entender ambos extremos para poder conectarlos, dando la solución a cómo la tecnología puede mejorar los procesos de negocio, solucionar ineficiencias y errores y, en definitiva, hacer que esa tecnología aporte valor y no sea simplemente el mal necesario para que el negocio pueda funcionar.
Por tanto, la empresa de consultoría debe asegurar que sus consultores cuenten con ese conocimiento integrador, formándolos y capacitándolos tanto en la parte técnica como en la parte funcional. Muchas veces esto se resume en la estrategia de meter al consultor en un proyecto y que aprenda de forma autodidacta según vaya teniendo que hacer tareas o según pueda ir preguntando a compañeros que le respondan y ayuden en los tiempos muertos de sus propias tareas. Esto no deja de ser un auto-engaño, puesto que realmente esos consultores no tienen el conocimiento de base ni los conceptos necesarios para entender el ecosistema técnico-funcional en su totalidad y las implicaciones que tiene, o únicamente están focalizados en una pequeña parte del mismo, lo que deriva en las situaciones conocidas: un consultor con perfil únicamente funcional que no es capaz de entender cómo puede ayudar y mejorar la tecnología al negocio, o un consultor con perfil únicamente técnico que se convierte en un mero ejecutor, con capacidad para hacer lo que le dicen, pero sin poder aportar ni analizar más allá de trasladar a la tecnología lo que sus responsables le dicen que haga.
Esta situación se acentúa especialmente en la consultoría orientada a esas plataformas de proveedores externos o “vendors”, debido a la dificultad de acceder a documentación o formación de la plataforma tecnológica. Mientras que para encontrar documentación o solución a problemas en java, phyton u otros lenguajes de programación basta con buscar bien por internet, foros especializados, etc., en el caso de las aplicaciones de estos “vendors” (que son las soluciones tecnológicas líderes en los sectores empresariales) es infinitamente más complicado, siendo en la práctica imposible a menos que estés ya trabajando con ellas o recibas una formación específica.
Por tanto, con el objetivo de impulsar su carrera profesional, el consultor tecnológico debe buscar siempre trabajar en una empresa que facilite ese aprendizaje con un componente mixto, puesto que es lo que realmente le aporta el valor que le permitirá el crecimiento que persigue a largo plazo. Junto al resto de factores que influyen en el acceso a una empresa o la permanencia en la misma (ambiente laboral, condiciones económicas, etc), el consultor con ambición profesional hará bien en ponderar en su justa medida este factor y buscar un entorno profesional que le permita adquirir cada vez más valor en esa confluencia técnica y funcional.
Julián Cañamero
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